lunes, 16 de enero de 2012

Ophelia (2)


Ophelia - John William Waterhouse


¿Es lícito hacer una ficción de una ficción? 
Tan lícito como lo permita el acierto 
con que se haga, estimo.
Preguntas contestadas. Héctor Amado


Introducción

Nada nos dijo el señor William Shakespeare acerca de un diario que Ofelia escribiera y que fuera encontrado en sus aposentos junto a algunas cartas de amor del príncipe Hamlet. Nada nos dijo, pues, tampoco que su destino fuera el de los infortunados restos de aquella inocente en su postrero viaje. Pero lo cierto es que allí estaba: un hermoso legajo de vitela preciosamente encuadernado en piel de corza con su nombre grabado en oro. Apenas tenía escritos la mitad de sus pliegos de suave pergamino. Le fue regalado por su madre antes de morir, con la promesa de que sería iniciado el mismo día de la ofrenda de la fertilidad. Así lo hizo la obediente hija, nuestra protagonista.
De él se han extraído seis días. Seis días que bien pueden ser una síntesis de lo acontecido a esta chiquilla que creyó que el mundo de los hombres era tan puro como el que habitaba en su corazón. Seis días aquí recogidos y que pueden aportar algo más de luz a lo ya contado por el genial bardo inglés en su célebre obra.
Tras este ejercicio especulativo, dos poemas cuyo tema es Ofelia.
Como ya se anunció en la introducción del anterior post la Iconografía que acompaña éste está basada en reproducciones o representaciones de la Ofelia viva.
En cuanto a la música aquí incluida: en la primera de las dos listas va una selección de los temas compuestos bajo el leiv motiv de Ophelia, incluida una muy melodiosa -y algo melosa, todo hay que decirlo- canción de una versión pop de Hamlet, del año 1974, interpretada por Johnny Hallyday; en la segunda lista -denominada música incidental- he incluido algunos de los adagios más hermosos jamás compuestos, desde los conocidos de Marcello, Albinoni, Telemann, Barber, o Rodrigo, a los menos conocidos, pero no menos bellos, de Grieg, Bruch, o Ravel; además incluyo el andante con moto del Trio nº 2 de Schubert, el Vals Triste de Sibelius y, cómo no, la Pavana para una Infanta difunta, así mismo de Ravel. Todas ellas citadas por Héctor en su estudio sobre Ophelia, por su relación emocional, valga decir simbiosis, con el tema. Yo no puedo sino estar enteramente de acuerdo con él, una vez más.
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OPHELIA
Diario Imaginario

Un día de Primavera
Hoy doy comienzo a este diario.
Este día en que, al ritmo del despertar de la Naturaleza toda, mi naturaleza de mujer se ha hecho manifiesta en el rojo licor que recogido en níveas gasas, y como exige una ancestral tradición, será la ofrenda fértil de mis entrañas al seno de la tierra donde seguirá abonando su fecundo sueño, comienzo a verter, con tinta negra, mis pensamientos en esta otra inmaculada blancura que habrá de abonar la memoria de los años venideros.
...
Sucedió algo muy extraño tras la ofrenda en el bosque y la preceptiva entrega de Flora al Dios del Agua: arrojado mi ramillete de flores a la corriente, éste permaneció flotando y se alejó río abajo sin hundirse un ápice, como mecido por las ondas, mientras desde las copas de los árboles, como una sonora lluvia, caía el dulce canto polifónico de las aves, un canto que sin llegar a ser triste portaba en su melodía el equívoco encanto de la melancolía. No pude evitar sentir un escalofrío recorrerme la espalda, al tiempo que un sordo rumor, semejante a un lejano oleaje, parecía batir los límites de mi pecho. Ante mi azoramiento la sacerdotisa me tranquilizó, diciéndome que era un buen augurio: los dioses de la tierra y los del agua no solo aceptaban mi ofrenda, sino que mostraban una especial complacencia. Según ella yo tendría un destino singular, y mi memoria perduraría a través del tiempo sin ser tragada por las aguas del olvido; y no solo eso, sino que sería celebrada y cantada por los poetas de todos los tiempos. Puede ser que en sus palabras expresara la certeza de un augurio pero en el fondo de sus ojos me pareció detectar un cierto brillo sombrío. Al final, todas reímos especulando sobre ese mi destino, digno de ser ensalzado por los bardos, y si acaso tuviera algo que ver con las recientes muestras de interés del joven Príncipe, mi señor Hamlet, hacia mi persona.

Un día de verano
El príncipe sigue enviándome, en forma de cartas y poemas, sus muestras de amor. En la última ha solicitado, respetuosa pero vehementemente, verme en privado. He accedido.
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A la hora en que el sol alarga las sombras nos reunimos, el Príncipe y yo, a solas en el jardín de palacio. Me lisonjeó fervoroso y devoto, alabando una belleza que no creo poseer y depositando en la palma de mi mano su corazón con un casto beso. Me leyó enardecidos poemas, y me declamó otros -de los que aquéllos eran remedos- de poetas ya eternos; me abrió el venero de su pecho y de él brotó el universo allí contenido: estrellas doradas y lunas argentadas, cielos de zafiro y praderas de esmeralda, mares turquesados y níveas cumbres... Todo, todo, lo ponía, sin condiciones, a mis pies. Conmigo viajaría hasta el confín del mundo para empujar sus límites aún más lejos, hacia un espacio nuevo, que él conquistaría y llenaría de prodigios para ofrecérmelo. Nada habría imposible para nuestro amor, decía; y lo decía tan convencido, expresándolo con tal verdad en sus ojos, que difícil era no sentir un cálido entusiasmo, un irremediable contagio, una rendida admiración.
Yo intenté no exteriorizar el ardor que todo aquello me producía, y que era nuevo para mí. Perpleja y algo asustada por mis propios sentimientos preferí no dar muestras de mi confusión. ¡Oh dioses de cielos, tierras y aguas, si esto no es el amor, mis oídos no han escuchado, mi corazón no ha sentido, mi inteligencia no ha elucidado! Siento un volcán bullir dentro de mí, y el mundo, siéndome siempre hermoso, se me aparece aún más maravilloso: las flores más bellas, los cantos de las aves más melodiosos, los cielos más azules, las nubes más blancas, los arroyos más cantarines... La vida a mi alrededor fulge con irresistible, casi doloroso, esplendor. ¿Esto no es, acaso, amor?

Un día de Otoño
Hace ya un mes que un negro velo cubre el rostro de nuestra tierra. Un mes que el Rey, nuestro amado rey Hamlet, el padre de mi amado (aquí sí me atrevo a decirlo), murió repentinamente. Un mes que Dinamarca llora a la corona vacía. Hoy se levantará ese velo, cesará el llanto; mi señora Gertrude, la madre de mi amado, se casa con Claudio, hermano del finado Rey.
Presiento cierta inquietud en el ambiente. Hamlet, mi amado Hamlet, ha seguido pretendiéndome, no obstante, durante este luctuoso tiempo; pero le noto más intranquilo. Mi amor por él (ya no tengo duda: es amor, un amor intenso que nace desde el fondo de mi corazón virgen y que brota, puro y traslúcido, a borbotones en mi pecho) ha ido perfilándose, creciendo y tomando consistencia. Ya no estoy asustada, pero sí turbada, y algo inquieta.
Es extraño el amor, esa capacidad suya para transformar todo lo que toca: da vida pero la vuelve más azarosa; estira y acorta el tiempo a voluntad como si fuese elástico; hace que el placer se trence al dolor, de donde parece extraer aún más placer... Con todo, me parece el mayor regalo que pueden ofrecer los dioses a los mortales, la mayor dádiva de la vida. Pese a mi juventud, no veo que haya nada más grato al corazón de los hombres, nada que pueda llenar sus días de mayor sentido, por más que se diga que no es otra cosa -el amor- que una sinrazón y un sin-sentido. Bendita sinrazón, bendito sentido sin.

Otro día de Otoño
Mis sospechas se van confirmando. El ambiente se enrarece, todo se complica. También mi amor por Hamlet.
Mi hermano, Laertes, mi querido hermano, mi paladín, parte para Francia. Así pues no habré de ver su amado rostro durante mucho tiempo. Pero lo peor ha sido que antes de irse me ha prevenido del amor de Hamlet; me ha rogado prudencia, y me ha recomendado desconfianza. ¿Cómo ha podido hacerlo? Sé que lo ha hecho porque no estará él aquí para protegerme, pero... ¿De qué, por el santo cielo? ¿Acaso no sabe que le amo? ¿O es por esa razón por la que me previene? Me ha dejado desconcertada, pero le he tranquilizado: le he prometido prudencia, aunque nada le he dicho referente a la desconfianza (¿Cómo podía hacerlo si en mi corazón no podría poner ese escudo entre mi amado y el sentimiento que por él siento?).
Por si fuera poco, tras mi hermano ha sido mi padre quien, tras inquirir por mi conversación con Laertes, ha redundado en lo dicho por éste respecto a mi amor por Hamlet, llegando a pedirme expresamente que no responda a los requerimientos amorosos del Príncipe, esgrimiendo para ello la autoridad que le da su experiencia; pues según él, el Príncipe heredero se debe a una razón más alta, no siendo dueño de su vida más que en función de las necesidades del reino. Como no puede ser de otra manera, por el mucho respeto que le tengo, he accedido a su petición (con gran dolor, y no cierta rebeldía enardeciendo mis entrañas). Hoy mismo ya he rechazado una carta de Hamlet, rogándole no me envíe más.
Siento que se me rompe el corazón. Espero que todo se pueda resolver, que mi amado haga valer su amor y desmienta a los desconfiados. No puedo oponerme a mi padre, pero tampoco puedo renunciar a mi amor. Deberé sufrirlo en silencio, aplacando mi dolor a base de esperanza.

Un día de Invierno
Día negro éste. Debiera escribir con tinta roja estas palabras que apenas si se llevan algo del dolor que siento. Mi amado Hamlet está como trastornado. Hoy mismo he tenido una conversación con él, si es que conversación puede llamarse a ese cúmulo de insensateces e improperios que mi amado (¡ay, mi amado!) me ha dedicado. ¿Dónde se ha ido su fiebre amorosa? ¿Dónde el fervor que por mí sentía? No acierto a comprender lo sucedido, solo sé que parecía fuera de sí... Su discurso, a veces, absurdo e  incongruente; su expresión, extraviada. Sus palabras penetraban en mí no como solían, con la dulzura del canto del ruiseñor, sino con el filo de la aguda daga. Ahora, mientras esto escribo y emborrono mis palabras con lágrimas irreprimibles que caen sobre el papel levantando surtidores, siento tal dolor que al velo salobre que fluye de mis ojos se añade una especie de niebla que obnubila mi vista y mi razón. Oh, dioses misericordiosos, decidme que todo esto no es sino en pago adelantado de una dicha mayor... Y... No puedo seguir... no puedo.

Otro día de Invierno
¿Dónde vive la esperanza? ¿A dónde  se fue, cruel, dejándome huérfana y sola? ¡Mi padre ha muerto! Y ha muerto a manos de mi amado. ¿Por qué este castigo? ¿Qué hice mal? ¿Cómo ofendí a los dioses?
He perdido cuanto quería en esta vida. Voces resuenan en mi mente, voces que cantan, voces que ríen... se ríen de mí, y me guiñan el ojo, susurrándome al oído obscenidades. Mi mundo se resquebraja y por las grietas se me escapa la vida al tiempo que penetra un fluido sucio y pestilente. Tengo la necesidad de lavarme continuamente. Salgo al jardín, al bosque para recoger hierbas y flores con las que tratar mi cuerpo enfermo, mi corazón enfermo, mi mente enferma... Allí, además de buscar remedios, encuentro consuelo. Inmersa en medio de la naturaleza escucho sus voces para ocultar las que pugnan por hacerse oír en mi cabeza. Y me habla, ella, la Naturaleza, la pura, la inmaculada, la que no conoce el bien ni el mal, la que solo es y pasa, permaneciendo y fluyendo sin cesar...
...
Esta tarde he ido hasta el río. Me he acercado a él, y me he detenido en el mismo lugar en que un día hice una ofrenda, allí donde un sauce se tiende sobre la corriente. He conversado con las aguas. Le he preguntado al Dios del río por qué, y él, con su voz cristalina y monótona, me ha respondido cantando. Era una salmodia tan hermosa que al final me ha adormecido, y en ese duermevela, he creído entender su canto, y, al entenderlo, he sentido un profundo bienestar.
Mañana volveré a escucharlo. Nada me retiene aquí en este ingrato mundo. ¡Ah, si los dioses quisieran! ¡Si quisieran...!
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POEMÁTICA

Ofelia de Dinamarca
(Miguel de Unamuno)

Rosa de nube de carne 
Ofelia de Dinamarca, 
tu mirada, sueñe o duerma, 
es de Esfinge la mirada. 
En el azul del abismo 
de tus niñas - todo o nada, 
¿ser o no ser?-, ¿es espuma 
o poso de vida tu alma? 

No te vayas monja, espérame 
cantando viejas baladas, 
suéñame mientras te sueño, 
brízame la hora que falta. 
Y si los sueños se esfuman 
- ¿el resto es silencio? -, almohada 
hazme de tus muslos, virgen.
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Rima VI
(Gustavo Adolfo Bécquer)

Como la brisa que la sangre orea 
sobre el oscuro campo de batalla, 
cargada de perfumes y armonías 
en el silencio de la noche vaga, 

Símbolo del dolor y la ternura, 
del bardo inglés en el horrible drama, 
la dulce Ofelia, la razón perdida, 
cogiendo flores y cantando pasa.

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ICONOGRAFÍA
(Ophelia)


Willow from Hamlet - George Dunlop Leslie (1835-1921)
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Ophelia Sitting - John William Waterhouse
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Ophelia - John William Waterhouse
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Ophelia - Arthur Hughes
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Ophelia - Thomas Francis Dicksee
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Ophelia - Jules-Joseph Lefevbre
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Ophelia at the River's Edge - Carlos Ewerbeck
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Ophelia - Pascal Adolphe Jean Dagnan Bouveret
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Ophelia - Pierre Auguste Cot
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Ophelia - Joseph Kirkpatrick
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Ophelia - Madelaine Lemaire (1845-1928)
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Ophelia - Georges-Jules-Victor Clairin
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Ophelia - Athur Prince Spear (1926)
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Ophelia - Arthur Hughes
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Ophelia (1) - Konstantin Makovsky (1839-1915)
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Ophelia (2) - Konstantin Makovsky (1839-1915)
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Ophelia (3) - Konstantin Makovsky
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Ophelia - William B. Hand
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Ophelia - Marcus Stone (1840-1921)
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Ophelia Gather Ye Rosebuds While Ye May - John William Waterhouse
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Ophelia - John William Godward
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Ophelia - Ernest Hebert (1817-1908)
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Ophelia - Jules-Eli Delauny (1828-1891)
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Ophelia - James Sant (1820-1916)
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Ophelia - Henri Gervex
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Ophelia - George Frederic Watts (1817-1904)
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Ophelia - Graham Ovenden (1943-  )
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Ophelia - Annie Ovenden (1945-  )
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Ophélia enfant - William-Adolphe Bouguerau (1825-1905)

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